Inicia hoy una semana completa de protesta de los choferes del monopolio ERSA que no pudieron percibir todo lo adeudado. Pese a la conciliación obligatoria dictada por la Subsecretaria de Trabajo de la provincia, los choferes se mantendrán en la medida adoptada y pararán el servicio hasta que la plata aparezca. 

Es evidente que tras la caída del kirchnerato en el país, el funcionamiento de monopolios empresariales es cada vez más complejo. Fundamentalmente para aquellos que nacieron, se desarrollaron y se hicieron fuerte bajo ese esquema de coimas entre funcionarios nacionales dispuestos al juego corrupto.

Millones de pesos de todos los contribuyentes engrosaron la fortuna personal de Juan Carlos Romero que diariamente (solo una parte mínima) ostenta en autos de lujos y alta gama en la vereda de su casa frente al diario Época por calle Irigoyen.

ERSA es una clara muestra hoy de un grupo débil que no sabe cómo gestionar sin la asistencia de “la teta del estado”. Se acabaron los subsidios millonarios sin control y desde ese momento empezaron los problemas para afrontar lo básico y primordial. No paga el salario a sus choferes.

Juan Carlos Romero alias “el mono”, quien aparece como propietario del monopolio, sin embargo no la sufre y por el contrario ostenta sus millones proveniente de lo oscuro.

Si bien la práctica desleal del monopolio para con su obligaciones fue una forma der ser que llegó con el caudillismo feudal de los Romero, en Corrientes se agudizó pero fue atenuado por un sindicato cómplice subordinado por mucho tiempo.

La mayoría conseguida por el oficialismo en el Concejo Deliberante podría ser una buena señal para barajar y dar todo de nuevo honestamente. Solo falta ver el coraje político para lograrlo o todo seguirá igual.

Hoy los tiempos políticos no solo cambiaron y ya no soplan con tanta vehemencia en favor de ERSA. También los choferres se cansaron de un sindicato entreguista y supieron no hace mucho agarrar el toro por las astas y con la cabeza de los dirigentes dijeron basta.

Ayer ante la amenaza de cualquier reacción por parte de los conductores, que siempre padecieron la falta de obligaciones, Juan Carlos Romero levantaba el teléfono y con cuatro gritos calmaba al gremio quien a su vez hostigaba bajo amenaza a sus choferes. 

Hoy los tiempos corren distinto y atrás quedó el sometimiento. Todavía levantan el teléfono y pegan cuatro gritos. Pero choca del otro lado con una pared de dignidad levantada por los choferes. El sindicato por ahora baila al compas de los reclamos y las demandas y escucha pero no hace caso a su viejo patrón de estancia.

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