Que una derrota militar puede transformarse en un triunfo político lo demostró Manuel Belgrano en una de las etapas iniciales de la Revolución de Mayo. Enviado al Paraguay por la Junta de Buenos Aires para que atrajese esa provincia a la corriente emancipadora, puso toda la abnegación de su espíritu al servicio de sus propósitos.
 
Ya había sido sofocada la reacción en el interior del país quedando en pie, en las cercanías, únicamente el partido realista de Montevideo. Paraguay aparecía como una duda lejana. Era preciso inclinarlo a favor de la gesta de la libertad. Informes mal fundados lo hacían aparecer como decidido a plegarse a la causa de la independencia.

Doscientos hombres decididos bastaban, según esas noticias, para que en su presencia estallara la rebeldía en Asunción.

Belgrano, investido de amplio mando por el gobierno patrio, reunió no doscientos sino cerca de mil. Pero mal armados y bisoños en los lances de la guerra. Factores políticos locales incidieron poderosamente para iniciar allí un aislamiento que luego duró muchos años.

Paraguay había resuelto, aunque de modo informal, sus problemas. Perdida la comunicación con España, nada querían sus hombres dirigentes de aventuras continentales. Y estaban dispuestos a defender su posición a la espera de quién sabe qué cambios en la historia.

Lo ignoraba la columna revolucionaria, que a su paso fue sembrando civilización, creando escuelas, estableciendo pueblos, restituyendo la dignidad humana a sectores que habían sido despojados de sus derechos.

Al realizar así algunos de los fines esenciales de su trayectoria, Belgrano no logró, empero, crear conciencia. La población del Paraguay vivía en una especie de agradecida resignación, sometida a su suerte, menos dura, en ese momento, que en otras épocas dado el natural bondadoso del gobernador Velazco.

Los hombres del sur iban a sacarlos de su paz, les llevaban un lenguaje que no podían comprender. No quiso entender Asunción la palabra llana y clara que Belgrano cuando, en su mensaje a las autoridades del territorio, les propuso la unión.

Larga y penosa fue la campaña al Paraguay para las escasas tropas de la revolución, una de las más notables operaciones que registra la historia militar argentina. El que no haya resultado una rápida e ininterrumpida serie de derrotas se debió más a su heroísmo que a su potencialidad, más a la inteligencia de sus jefes que a su estado de preparación.

A buenos éxitos iniciales siguió el desconcierto que trae la soledad. Las fuerzas de Asunción se retiraron, dejando a los expedicionarios con un país desconocido e inhóspito por delante. Paraguay fue el lugar del encuentro de los ejércitos y el punto de iniciación de la retirada de los patriotas, que, perseguidos por el enemigo, decidieron darle batalla en Tacuarí.

Belgrano pudo eludir el combate, pero no quiso retirarse del país como invasor que huye. Su misión no había sido la de un conquistador. Con los cuatrocientos hombres que quedaban, aguardó para escribir la última página en el libro de sus primeras hazañas.

Un mes esperó allí, pacientemente. Y llegó el 9 de marzo de 1811, para que a su luz se registrase uno de los acontecimientos más conmovedores de nuestra historia militar y diplomática.

Atacado por tres lados por un enemigo varias veces superior, Belgrano, intensamente secundado por los suyos, resistió. Cuando algunos ya desfallecían, de acosado se convierte en atacante. Con un puñado de combatientes puso en retirada a los que durante siete horas habían estado triunfantes. 

La campaña del Paraguay terminaba, pero con una victoria del estadista de mayo. Belgrano mantuvo una importante correspondencia con el general paraguayo Manuel Cabañas, con el propósito de sembrar las ideas revolucionarias en el pueblo.

La consiguió, refirmada, Belgrano, al lograr del jefe adversario una entrevista, en la que pudo sembrar, con la explicación de los fines de su expedición, la buena semilla que llevaba.

Habló en esa hora el lenguaje inconfundible del patriotismo. Su patriotismo no difería del que alentaba en el pecho de los paraguayos. Mayo había surgido para liberar a los pueblos, no para reforzar en sus muñecas el hierro de las cadenas… Finalmente, ambos se fundieron en un abrazo.

Los paraguayos escucharon este mensaje. A partir de Tacuarí, fue de ellos el rumbo de sus vidas.

Al poco tiempo Velazco fue destituido y reemplazado por una Junta Gubernativa, al estilo de la establecida en Buenos Aires. Por Ernesto Martinchuk -10/03/2024

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